Un tast d´ones
La voz de estos cinco poetas que Ramon Mayol, bajo el nombre Mon, propone en este recorrido musical sobre la colección Ones de poesia (Edicions aïllades): Bartomeu Ribes Guasch, Catalina Ferrer, Iolanda Bonet, Mario Riera i Carles Fabregat, no es la misma pero, al fundirse, dibujan nuestro entorno; cada una emerge con distinta intensidad, tono singular y timbre delator. Es el conjunto de todas ellas, su musical declamación, la que orquesta esta línea melódica que se desprende suavemente trazando la silueta de una ola, Un tast d’ ones.
Lo sensorial y a la vez simbólico de estos poemas es su soporte físico: la arena (que es música) en El penjat, se ha callado. Versos con resonancias místicas que inauguran con su canto fúnebre este paisaje donde acabarán hilándose polifónicamente el coro de otras voces; la montaña de sal, la playa, la casa, la otra playa, más sal, el oscuro escondrijo, el fuego.
Una danza acompasada detiene el tiempo “aquí y ahora” y lo presenta a modo de instantánea (vengo a poner la red, abro álbumes) o con fantasmagórico estatismo; Iolanda Bonet celebra el casamiento entre el pasado y el presente (el pasado vive en el presente) sin poder evitar que se definan los perfiles de aquella casa de Pedro Páramo, en Comala, donde alguna vez nos detuvimos. (En la misca casa).
También se perciben voces donde el pasado es refugio (manos perdidas, la espuma antigua de los años. Orgía del recuerdo inmoderado); una visión romántica -simulacro de evasión- ante la derrota de un presente hambriento al cual apenas le quedan contornos. El sol rebut de Mario Riera no se refugia, si no que se instala en él, es la única cosa que nos queda: revivir aquella infancia (abrirse como una memoria que navega). Hay otra voz, ni pasado ni presente; es una voz que increpa a un tú que permanece ausente (Dime, Aprende, Aprende…).
El canto de una sirena reta a esta música callada; son ahora esencias modernistas (palacio submarino, reflejos, luz, dulzor, besada salada) que entonan esta vez un cántico amoroso. Una cerámica esmaltada, “Sirena y pez” del cual un día se declaró convencida mente estoico -Gabrielet- se confunde con la voz de Catalina Ferrer: una sirena seductora emerge, al compás de una flauta que ella misma entona, mientras peces y posiblemente escamas perdidas, saltan alegremente sobre las aguas de este Mediterráneo tan nuestro.
Finalmente, Espectres de Carles Fabregat, poema en el cual todo va a encenderse el fuego lentamente (la combustión lenta) aunque sin perder el deseo que nos hace bailar mecánicamente, acabando con las últimas brasas de aquello que acabará que acabará siendo nada, o sí, alguna cosa: un espectro.
Si en toda actividad poemática se expresa irremediablemente la sensualidad del entorno que nos protege, los poetas de nuestras islas así lo han hecho y sus palabras son notas o vahídos de la espiritualidad del hombre, del poeta y de la poetisa.
Carolina Riera.
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